Tras no pocos reveses, Simón Bolívar lideró las campañas militares
que dieron la independencia a Venezuela, Colombia y Ecuador. Y al igual que
otro insigne caudillo de la independencia, José de San Martín, Bolívar
comprendió la ineludible necesidad estratégica de ocupar el Perú, verdadero
centro neurálgico del Imperio español. Las victorias de Bolívar en la batallas
de Junín y de Ayacucho (1824) significaron la caída del antiguo Virreinato, la
independencia de Perú y de Bolivia y el punto final a tres siglos de dominación
española en Sudamérica. Si se forzase a los historiadores a designar el más
decisivo protagonista de los convulsos procesos que, en las primeras décadas
del siglo XIX, condujeron a la emancipación de la América Latina, no hay duda
de que resultaría elegido el militar y estadista venezolano Simón Bolívar
(1783-1830), justamente honrado con el título de «Libertador de América».
Simón
Bolívar.
Tal fue la trascendencia de su figura que ha podido afirmarse que,
en el ámbito sudamericano, la historia de la emancipación es la biografía de
Bolívar. Y no menos admirable resulta su total entrega al ideal emancipador,
causa a la que había jurado consagrarse con sólo 22 años en un evocador
escenario: el Monte Sacro de Roma. Políticamente, su sueño fue unir las
colonias españolas liberadas en una confederación al estilo estadounidense; tal
proyecto se materializó en la «Gran Colombia» (1819-1930), que presidió el
mismo Bolívar y llegó a englobar Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá. Pese al
realismo y rigor de su pensamiento político (siempre juzgó que era preciso
adaptar las doctrinas europeas a la realidad americana), el éxito no le
acompañó en la monumental empresa de configurar las nuevas repúblicas; sometida
a la presión de los caudillismos y las reivindicaciones territoriales, la
desmembración de la Gran Colombia también hubiera sido inevitable sin el
prematuro fallecimiento de Bolívar.
Biografía.
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios
nació en Caracas el 24 de julio de 1783. Venezuela era entonces una Capitanía
General del Reino de España entre cuya población se respiraba el descontento
por las diferencias de derechos existentes entre la oligarquía española dueña
del poder, la clase mantuana o criolla, terratenientes en su mayoría, y los
estratos bajos de mulatos y esclavos.
Los criollos, a pesar de los privilegios que tenían, habían
desarrollado un sentimiento particular del “ser americano” que los invitaba a
la rebeldía: "Estábamos (explicaría Bolívar más tarde) abstraídos y,
digámoslo así, ausentes del universo en cuanto es relativo a la ciencia del
gobierno y administración del Estado. Jamás éramos virreyes ni gobernadores
sino por causas muy extraordinarias; arzobispos y obispos pocas veces;
diplomáticos nunca; militares sólo en calidad de subalternos; nobles, sin
privilegios reales; no éramos, en fin, ni magistrados ni financistas, y casi ni
aun comerciantes; todo en contravención directa de nuestras
instituciones".
Ésta era, por lo demás, la clase a la cual pertenecían sus padres,
Juan Vicente Bolívar y Ponte y María de la Concepción Palacios y Blanco. El
niño Simón era el menor de cuatro hermanos y muy pronto se convertiría, junto a
ellos, en heredero de una gran fortuna. Bolívar quedó huérfano a los nueve años
de edad, pasando al cuidado de su abuelo materno y posteriormente de su tío
Carlos Palacios; ellos velarían por su educación, aunque también la negra
Hipólita, su esclava y nodriza, continuaría cuidando del muchacho.
Entre los valles de Aragua y la ciudad de Caracas discurrió la
infancia y parte de la adolescencia del joven Simón. A los 15 años de edad, los
territorios aragüeños cobrarían un mayor relieve en su vida cuando, por la
mediación que realizó su tío Esteban (ministro del Tribunal de la Contaduría
Mayor del Reino ante el rey Carlos IV), fue nombrado subteniente de Milicias de
Infantería de Blancos de los Valles de Aragua. Tuvo la suerte de formarse con
los mejores maestros y pensadores de la ciudad; figuraban entre ellos Andrés
Bello, Guillermo Pelgrón y Simón Rodríguez. Fue este último, sin embargo, quien
logró calmar por instantes el ímpetu nervioso y rebelde del niño, alojándolo
como interno en su casa por orden de la Real Audiencia, lo cual sería la
génesis de una gran amistad. Pero ni el apego al mentor ni el ingreso en la
milicia fueron suficientes para aquietar al muchacho, y sus tíos decidieron
enviarlo a España a continuar su formación.
Corría el año 1799 cuando Bolívar desembarcó en tierras
peninsulares. En Madrid, frecuentaba los salones de lectura, baile y tertulia,
y observaba maravillado la corte del reino desde los jardines de Aranjuez,
lugar éste que evocaría en sueños delirantes en su lecho de muerte. Vestía de
soldado en esos tiempos en los cuales España comenzaba a hablar de Napoleón, y
así visitaba al marqués de Ustáriz, hombre culto con quien compartía largas
tardes de conversación.
En una de ellas conoció a María Teresa Rodríguez del Toro, con
quien se casaría el 26 de mayo de 1802 en la capilla de San José, en el palacio
del duque de Frías. Inmediatamente después de la boda, los recién casados se
trasladaron a Caracas y, a pesar de los resquemores que canalizaban los
criollos a través de sus conspiraciones, Bolívar permaneció junto a su esposa,
llevando una vida tranquila. Esta serenidad conyugal, sin embargo, no duraría
mucho: María Teresa murió pocos días después de haberse contagiado de fiebre
amarilla, en enero de 1803. Bolívar, desilusionado, decidió alejarse y marchó
nuevamente a Europa.
Mientras el caraqueño Francisco de Miranda, desde Estados Unidos y
las Antillas, reunía pacientemente apoyos para una expedición militar que diese
la independencia al país, los acontecimientos en Venezuela comenzaban a tomar
aires de revuelta. Ajeno a todo aquello, Bolívar se reunió con su suegro en
Madrid, para trasladarse a París en 1804. A la sombra de Napoleón Bonaparte
(quien no tardaría en proclamarse emperador de Francia) se había formado una
clase aristócrata, hallada entre la burguesía, que se reunía en los grandes
salones a los cuales asistía Bolívar en compañía de Fernando Toro y Fanny du
Villars.
En agosto de
1805, en su paso por Europa, el "Hombre de América" pronunció aquel
recordado juramento del Monte Sacro, el cual cumplió al pie de la letra:
"Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por ellos,
juro por mi honor y juro por mi patria, que no daré descanso a mi brazo, ni
reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad
del poder español".
La
independencia de Venezuela.
Partidarios a ultranza de proclamar una independencia absoluta
para Venezuela, Bolívar y Miranda instaron a los miembros de la Sociedad
Patriótica a pronunciarse en ese sentido ante el Congreso Constituyente de
Venezuela, reunido el 2 de marzo de 1811. Fue a propósito de ello que Bolívar
dictó su primer discurso memorable: "Pongamos sin temor la piedra
fundamental de la libertad suramericana. Vacilar es perdernos". El 5 de
julio de 1811, el Congreso Constituyente declaró la independencia y se aprobó
la Constitución Federal para los estados de Venezuela.
La primera República se perdió como consecuencia de las
diferencias de criterios entre los criollos, de los resentimientos entre castas
y clases sociales, y de las incursiones de Domingo Monteverde (capitán de
fragata del ejército realista) en Coro, Siquisique, Carora, Trujillo,
Barquisimeto, Valencia y, finalmente, Caracas. Estaba claro que una guerra
civil iba a desatarse de inmediato, pues la empresa en cuestión era todo menos
monolítica. Bolívar tomaría conciencia del carácter clasista de la guerra y reflexionaría
sobre ello a lo largo de todas sus proclamas políticas.
Bolívar en
la Batalla de Araure (5 de diciembre de 1813).
Estaba claro que la naturaleza de la guerra era cambiante, lo cual
no tardaría en demostrarse nuevamente. La astucia con la cual Bolívar intentó
polarizar los bandos a través del Decreto de guerra a muerte de 1813
("Españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes.
[...] Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables"), no fue
suficiente para mitigar las diferencias existentes entre los ejércitos de
mulatos y negros frente a la gesta emancipadora. La furia de los ejércitos
realistas, al mando del español José Tomás Boves, forzó a los patriotas a
abandonar Caracas en julio de 1814. La República caía nuevamente.
Había que repensar la situación. Después de un corto pero
victorioso tránsito por la Nueva Granada (dirigió las tropas que ocuparon
Santafé de Bogotá, sellando así la adhesión de Cundinamarca a las Provincias
Unidas de Nueva Granada), Bolívar marchó hacia Jamaica en mayo de 1815. En
Kingston se dedicó a divulgar, a través de una copiosa correspondencia con
personalidades de todo el mundo, el propósito de la guerra que se estaba
librando en el territorio de la América meridional. Hasta entonces, el mundo
sólo conocía la versión de los realistas.
De estos documentos divulgativos, el más famoso es la Carta de
Jamaica. En ella reproduce el panorama de todas las luchas que se llevaban a
cabo simultáneamente en América, especula acerca del futuro del territorio y
adelanta la idea de la unión colombiana. Y es que la escritura fue un capítulo
importante en la vida de Bolívar. Puede decirse que el poder que ejercía su
pluma le garantizó gran parte de sus triunfos. Revolucionó el estilo de la
prosa haciendo de su letra el reflejo vivo de sus pasiones, pensamientos y
acciones. Sus amanuenses y secretarios convenían en que los dictados del
Libertador "tenían ganada la imprenta sin un soplo de corrección". Al
mismo tiempo, desde el despacho de Jamaica, Bolívar preparaba la nueva
estrategia para Venezuela.
La Gran
Colombia.
La reconquista de Venezuela tardaría seis años en conseguirse. Las
expediciones se iniciaron en la isla Margarita y continuaron su escalada por el
oriente en dirección hacia Guayana. La batalla de San Félix (1817) dio a los
independentistas la región de Guayana y la navegación por el Orinoco. En 1819,
Bolívar emprendió la Campaña de los Andes, y, tras derrotar a los realistas en
la batalla de Boyacá (7 de agosto de 1819), obtuvo el control de las Provincias
Unidas de Nueva Granada (la actual Colombia), que habían caído en manos de los
españoles en 1816. Finalmente, la victoria en la batalla de Carabobo (24 de junio
de 1821) selló definitivamente la independencia de Venezuela y Colombia.
Fueron los tiempos del temible general realista Pablo Morillo, al
que el absolutista monarca español Fernando VII, repuesto en el trono una vez
finalizada la Guerra de la Independencia Española, había encomendado la misión
de aplastar toda insurgencia. Vencerlo fue tarea difícil, y Bolívar tuvo que
emplear nuevas estrategias de adhesión: proclamó la libertad de los esclavos y
ofreció tierras a cambio de lealtad militar. Obtuvo así la colaboración de los
ejércitos llaneros al mando de José Antonio Páez, vitales para el desarrollo de
la contienda, como también lo fue la ayuda de un importante contingente de
soldados y generales europeos, británicos fundamentalmente, quienes anhelaban
unirse al Libertador.
Tras constituir la «Gran Colombia», Bolívar derrotó a los
españoles en Perú, poniendo fin a tres siglos de colonialismo. La definitiva
liberación del Perú quedó así en manos de Bolívar. Apenas dos años después,
tras hacerse cargo en persona de los preparativos, las batallas de Junín y de
Ayacucho (agosto y diciembre de 1824) acabaron con la resistencia realista: la
caída del Virreinato del Perú ponía fin a tres siglos de dominación española.
En el Alto Perú, liberado en los primeros meses de 1825, se constituyó la
actual República de Bolivia, presidida por su lugarteniente Antonio José de
Sucre. Culminadas así todas las operaciones militares, Bolívar regresó a rendir
cuentas al Congreso colombiano.
Bajo su impulso medio continente había alcanzado la independencia,
pero, pese a haber reflexionado largamente sobre la forma de gobierno que
convenía a los territorios americanos, ni la fortuna ni la clarividencia le
acompañarían en su acción política. Bolívar abogó en todo momento por la
edificación de un Estado centralista que lograra cohesionar aquello que, en
virtud de una heterogeneidad racial, cultural y geográfica de la que era muy
consciente, no resistía la perfección de una federación; pronto se puso de
manifiesto, sin embargo, que el proyecto de mantener unidas en confederación a
las nuevas naciones era una quimera.
Si bien logró todavía aplacar la sublevación de la Cosiata (1826),
Bolívar intentó luego evitar la desmembración de la Gran Colombia invistiéndose
de poderes dictatoriales (1828), lo que sólo sirvió como pretexto para que, el
25 de septiembre del mismo año, se perpetrase un atentado fallido contra su
persona que minó profundamente su moral. Todo era inútil: el general victorioso
en las luchas por la libertad de las naciones se veía vencido en aquella nueva
etapa de lucha para la verdadera construcción de las mismas. El 27 de abril de
1830, Bolívar presentó su renuncia ante el que sería el último Congreso de la
Gran Colombia. Las pugnas caudillistas y nacionalistas desbarataron toda
posible conciliación y condujeron a la separación de Venezuela y Ecuador.
Durante los meses que precedieron a su muerte, el Libertador había
de evocar constantemente su amarga derrota política. Recordaba a su último
amor, Manuela Sáenz, que al salvarle la vida en el atentado del 25 de
septiembre de 1828 se había ganado el título de «Libertadora del Libertador»;
también evocaba otros amores y otros atentados. Lloraba la muerte de Sucre, el fiel
lugarteniente asesinado el 4 de junio de 1830 en Berruecos; recordaba y
deliraba, y así murió, solo y defenestrado de los territorios que había
liberado, por causa de una hemoptisis, en la Quinta San Pedro Alejandrino, el
17 de diciembre de 1830. En 1842 el gobierno de Venezuela decidió trasladar los
restos de Bolívar, según su último deseo. Desde entonces, su legado ha devenido
mito y veneración como fundador de la patria.
Frases célebres de Simón Bolívar.
- "Libertador es más que todo; y, por lo mismo, yo no me degradaré hasta un trono." Carta a Santander, el 19 de septiembre de 1826
- "Como amo la libertad tengo sentimientos nobles y liberales; y si suelo ser severo, es solamente con aquellos que pretenden destruirnos."
- "De lo heroico a lo ridículo no hay más que un paso."
- "El ajedrez es un juego útil y honesto, indispensable en la educación de la juventud."
- "El arte de vencer se aprende en las derrotas."
- "Es difícil hacer justicia a quien nos ha ofendido."
- "Formémosnos una patria a toda costa y todo lo demás será tolerable."
- "Huid del país donde uno solo ejerce todos los poderes: es un país de esclavos."
- "Juro por el Dios de mis padres, juro por mi patria, juro por mi honor, que no daré tranquilidad a mi alma, ni descanso a mi brazo, hasta no ver rotas las cadenas que oprimen a mi pueblo por voluntad de los poderosos. Elección popular tierra y hombres libres horror a la oligarquía". Juramento del Monte Sacro de Roma, referido por Simón Rodríguez.
- "Los empleos públicos pertenecen al Estado; no son patrimonio de particulares. Ninguno que no tenga probidad, aptitudes y merecimientos es digno de ellos."
- "Los legisladores necesitan ciertamente una escuela de moral."
- "Un ser sin estudios, es un ser incompleto."
- “¡Compadezcámonos mutuamente del pueblo que obedece y del hombre que manda solo!”
- “Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía.”
- "Más cuesta mantener el equilibrio de la libertad que soportar el peso de la tiranía."
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